¿Y los colaboradores, qué? La responsabilidad laboral en medio de la tormenta

Llueve sin pausa. La tormenta Melissa mantiene en alerta roja al Distrito Nacional y a más de una decena de provincias. Las imágenes hablan solas: calles convertidas en ríos, casas anegadas, vehículos flotando, drenajes colapsados, personas caminando con el agua a la cintura. El Gobierno ha declarado la jornada como no laborable, pero en las grandes cadenas de supermercados, farmacias y tiendas por departamentos, los colaboradores están trabajando como si nada pasara.

¿Es que no tienen familia? ¿No sienten miedo? ¿No merecen, también ellos, estar a salvo?

Hoy, mientras muchas familias se resguardan, cientos de trabajadores cumplen turnos completos o extendidos en condiciones climáticas extremas. Las avenidas Luperón, Independencia, Charles de Gaulle y tantas otras están intransitables. Las lluvias, según ONAMET, ya superan los 200 mm en algunas zonas del Gran Santo Domingo, y el COE mantiene el llamado a evitar desplazamientos innecesarios. Pero ¿cómo obedece esa recomendación alguien que, de no presentarse a su puesto, puede perder el día... o el empleo?

La realidad de estas personas es tan cruda como las aguas que les impiden llegar o regresar a sus hogares. En lugar de resguardar, muchas empresas insisten en operar como si se tratara de una llovizna cualquiera. Ni siquiera se plantean operar con personal reducido o cerrar a la 1 de la tarde. A este ritmo, el colapso no es solo meteorológico: es humano.


A diario escuchamos hablar de "capital humano", pero poco se menciona el cuidado humano. Y ahora, más que nunca, queda en evidencia esa contradicción. La vida de quienes despachan en las cajas, reponen productos, limpian los pasillos o reciben mercancía también importa. Tienen familias, hijos que cuidar, casas que proteger de las filtraciones. Son parte de esta sociedad que se inunda, literalmente, mientras algunos piensan solo en balances y operación continua.

El caos no es solo culpa de la lluvia. Es también resultado de la basura acumulada, los desagües obstruidos, la falta de infraestructura y, sobre todo, de una cultura que prioriza la productividad por encima del bienestar. ¿Cuántos de esos trabajadores tienen garantizado hoy un transporte seguro a casa?

La situación exige sensatez. Exige humanidad. No es tiempo de imponer horarios rígidos, sino de flexibilizar. De alternar turnos, minimizar personal, proteger a quienes mantienen el sistema funcionando. Si el país está en estado de emergencia, ¿por qué insistir en la normalidad?

Quien dirige una empresa hoy tiene una responsabilidad que va más allá de abrir puertas. Tiene la obligación de pensar en la vida de su equipo. En garantizar que lleguen con bien. Que no tengan que cruzar zonas peligrosas. Que no arriesguen su integridad para cumplir con una jornada que, honestamente, podría ser más corta o reprogramada.

No es una súplica. Es un llamado al sentido común.

Porque mientras el agua sube, también se hunde la dignidad de quienes sienten que no tienen otra opción más que exponerse. Y esa, también, es una emergencia.


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