Muchos vivimos con el oculto temor de que Dios está enojado con nosotros. En algún lugar, alguna vez, en alguna clase de escuela dominical o programa de televisión nos convencieron de que Dios tenía un látigo colgado del hombro, una paleta en el bolsillo trasero, y que nos va a dar con todo si sobrepasamos la línea.
¡Ningún concepto puede ser más equivocado! El Padre de nuestro Salvador nos estima mucho y solamente desea impartirnos su amor.
Tenemos un Padre que rebosa de compasión, un Padre tan sensible que sufre cuando sus hijos sufren. Servimos a un Dios que dice que aún cuando estemos presionados y sintamos que nada nos sale bien, Él nos espera para abrazarnos hayamos triunfado o no.
El no llega a nosotros peleando ni forzando su entrada en nuestro corazón. Llega a nuestro corazón como un cordero manso, no como un león rugiente.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¡Estadísticas al rescate! La ciencia detrás del look perfecto para ir a trabajar

¡He vuelto!

ONE capacita a sus colaboradores en Primeros Auxilios: una iniciativa para la seguridad y el bienestar